martes, 26 de mayo de 2009

Otro poco de historia

Será otro misterio más de mi vida pero conservo un recuerdo nítido de la primera vez que te vi. Fue una mañana de septiembre, soleada y calurosa, yo estaba en la ventana y tú en el patio y te miré con la curiosidad que se siente ante lo desconocido. No me gustaste, no sentí nada. Solamente te vi y tardé unos días en hablar contigo.


Sentí hacia ti una desconfianza casi inmediata. Nunca miras a los ojos de la gente y siempre he asociado esa cualidad con aquellos aficionados a mentir, cosa que después he comprobado que en tu caso es cierta. No me gustaba tu forma de hablar, tus chistes fáciles, procuraba evitarte todo lo que podía. Sin embargo parecía que siempre teníamos motivos para tropezar y, poco a poco, fuiste ganando mi reconocimiento con tu simpatía. Seguía sin fiarme de ti, pero me parecías agradable.


La vida se empeñó en juntarnos a la fuerza. Primero aquella comida de Navidad en la que nos tocó sentarnos juntos. La partida de cartas, una copa, otra copa. Después aquella piedra se estrelló contra tu dedo y de nuevo estabas siempre a mi alrededor. Tú a la hora de la comida, tú a la hora del descanso, tú a la salida. Una cena en la que los demás se retrasaron, dejándonos casi una hora para charlar a solas. Y después aquella noche, mi amiga y tu amigo que no pudieron venir, una cena solos, una copa solos, un baile solos, una mano rodeando mi cintura. Un beso...


Podría haber quedado todo allí, en aquella madrugada de gloria. Pero tú no eres de los que dejan las cosas a medias. Nos enredamos en un juego tonto de adolescentes, de correos, mensajes, llamadas, miradas... el mismo que ahora juegas con la otra. Mi amiga intentó advertirme, me dijo que tú no sentías las cosas como el resto de la gente, que tuviera cuidado porque me harías daño. No puedo decir que no la escuché. Lo hice. Pero me hacías tan feliz, tan tan feliz... Digamos que me cobré un adelanto de felicidad a cuenta del dolor que sabía que ibas a causarme, aunque supiera que llegaría el día en que la tuviera que devolver.


Porque yo lo sabía, Antonio. Estaba segura de que llegaría el día en que por tu culpa no querría vivir. Y te quería tanto que no me importaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Algunos son tan inmaduros que no son capaces de superar la fase del tonteo. Cuando les toca profundizar salen corriendo a tontear con otra porque no da para más.

Me alegro de que le hayas dado lo que merece.

Mucha suerte