viernes, 29 de mayo de 2009

Ya nunca volveré a escribir tu nombre

Llegaste hoy, más temprano que nunca, y por primera vez en este tiempo no me has dicho te quiero nada más abrazarme. Para ti puede ser casual, pero yo sabía lo que significaba, Antonio, mi tiempo ha pasado. El CD que grabé para llevar en el coche también tenía significado, cada canción describía sentimientos aplicables a la situación actual, pero no estabas hoy para canciones, lo sé.


Conduje hasta el origen de las cosas. Te llevé al mismo sitio donde todo empezó, porque en la vida todo es un círculo y yo sentía que tenía que ser allí donde terminara todo. Empezamos en un baile de disfraces y hoy te ha tocado quitarte la máscara, qué cobarde eres, Antonio, hasta eso he tenido que hacerlo yo.


Te dejé elegir la cena otra vez y las dos coca-colas antes de empezar a hablar. Lo hice despacio, abordé los temas poco a poco, el amor, nuestro amor, nuestro futuro... Mientras, veía como te costaba encontrar las palabras, porque es muy difícil decir lo que no se siente, Antonio, dímelo a mí que llevo dos semanas planeando esto. Según iba dándote los datos, desgranando la historia, explicándote todo lo que sé, tu cara pasó del rojo inicial a casi morado. Sin embargo no movías ni un músculo, no debería admirarme ahora de esa capacidad que tienes para ocultar tus emociones, pero no puedo dejar de sorprenderme de lo opaco que resultas cuando quieres. Sólo reaccionaste al final, cuando me levanté para irme, por supuesto. No ibas a quedarte allí y que te tocara pagar la cuenta. Pagué yo, como aquel día, en mi principio estará mi final.


Te pusiste un poco chulo al principio porque pensabas que iba de farol, no me conoces lo suficiente como para saber que aunque puedo dar muchas oportunidades el día que me canso ya no hay vuelta. Después procediste a darme explicaciones estúpidas y falsas, a ambas cosas estoy acostumbrada, Antonio, ya no me impresiona. Incluso llamaste a Raquel, que lamentablemente no cogió el teléfono para que te sacara del lío en el que te has metido tú solito.


La parte del coche fue la peor. Porque en ese momento se me acabaron los recursos y acabé llorando, como siempre, porque no soy de piedra, Antonio, y a ti te he querido de verdad y esta herida que me has hecho no para de sangrarme. Tú también lloraste. Pero no por mí, Antonio, esa historia ya no me la trago. Lloraste porque ibas a quedarte sólo en plena noche, tirado en una ciudad donde no tienes a nadie, sin hotel reservado, ni sitio donde dormir, y hasta un mentiroso como tú comprende que eso no es un plan aceptable.


Lo siento. De verdad que lo siento. Pero fue mi intención hacerlo, te hice volar mil kilómetros para darte lo que tú merecías. Cuando te dejé en la estación mi corazón volvió a rasgarse un poco, a un lado había varios taxis y detrás el camión de la basura, en el medio tú, todavía bajo los efectos de la sorpresa y yo presa de una euforia que ya ha dejado paso al desaliento. Bajé del coche para despedirme, y fui una vez más lo bastante tonta como para decirte que te quiero una vez más. Pero es la verdad. Te quiero, todavía te quiero y es posible que te siga queriendo durante bastante tiempo, así que justo es que lo sepas, pero has destrozado mi vida de tantas maneras, me has engañado tanto y tantas veces que no me has dejado más opción.


Llegué llorando a casa de nuestros amigos, esos que tanto nos apoyaron y que hoy han estado ahí una vez más para decirme que esto también se acabará pasando. Tú llamaste, una vez, otra vez, y otra y otra... Acabaste admitiendo que te habías inventado una dirección de correo electrónico a nombre de Raquel, porque no querías decirle que tenías novia, sólo Dios sabe con que noble intención. A veces me decías que me querías y que no podías perderme, nuevas mentiras destinadas a conseguir cobijo, otras me amenazabas, otras me insultabas, decías que Raquel va a reírse mucho con esta historia... es posible que sí. Desconozco el sentido del humor que tiene Raquel, pero mi parte favorita es aquella en la que tú vagas solo con tu maleta por las calles de una ciudad del norte, por haber sido un capullo mentiroso incapaz de reconocer la verdad.


Esta noche has sido tú mismo una vez más, Antonio. Has mentido como siempre, has suplicado como nunca, has llegado a decirme que si te fuiste con otra fue porque yo te empujé a ello, has insinuado que no voy a poder olvidarte, has pedido perdón por el daño que has hecho... en fin, un montón de palabras. Pero lo que no has podido hacer es presentarte y dar la cara ante aquellos que tanto te quisimos. Ni siquiera tienes valor para eso, porque la persona que conocimos murió el mismo día que se fue de aquí, para dar paso a alguien distinto.


En estos momentos, Antonio, no sé dónde estás. Tu última llamada fue hace más de hora y media y desconozco si te has ido a un hotel, has regresado al sur o duermes en un banco del parque. Yo estoy aquí, mirando el lado de la cama que ocupabas e intentando aceptar que ya no volverás a estar aquí para hacerme el amor y decir que soy preciosa.


Te he querido mucho. Me has decepcionado como nadie lo ha hecho, sin embargo, cuando piense en ti, a veces se me olvidará el mentiroso compulsivo que tapaba un engaño con otro, y te recordaré sumergido en aquel río, con los rizos mojados y los ojos brillantes, pidiéndome que me casara contigo. No pudo ser, amor, al final te di lo único que podía darte: una lección. Tal vez en el futuro no volverás a mentir, tal vez aprenderás a ser fiel, o tal vez sigas coleccionando corazones destrozados. Tal vez me olvides mañana mismo o tal vez lo que dices será cierto por una vez y no serás capaz de olvidarme nunca.


Ya nunca volveré a escribir tu nombre, Antonio, yo no habría querido un final así.

Se acerca

Me estoy arreglando para ir al aeropuerto. Hoy sí necesito estar mona. Si todo sale según lo previsto a las ocho empezará a rodar la bola de nieve.
Y sobre todo, muchísimas gracias, de verdad. Vuestra compañía esta semana ha sido lo que me ha tenido en pie.

Todo lo que no me diste

Dar no es tu fuerte, lo tuyo es más bien recibir. En ambos sentidos, moral y material, eres un tacaño consumado. De hecho recuerdo nuestra primera cita a solas cuando saqué mi lado feminista y pagué yo y casi te pones allí a dar saltos. Nuestras salidas eran como tus verdades, siempre a medias.


Ni siquiera me compraste un regalo de Reyes y cuando te di el tuyo te dio tanta vergüenza que no me diste ni las gracias. Mi regalo de cumpleaños al final no existió. Es más, el otro día cuando pagaste tú y no quisiste coger mi parte lo interpreté como un síntoma extraño. La culpa de la infidelidad, supongo. Si me pongo a mirar el lado bueno de salir con un rácano, es que ahora no podré mirar tus regalos y añorarte porque no existen tales cosas. El único rastro que dejas es el agujero de mi corazón.


Nunca me diste nada material y emocionalmente me entregaste grandes dosis de inseguridad, angustia y desesperanza. También me diste palabas, montones de palabras, promesas y sexo. Es lo único que recibí de ti en abundancia. Eso me dio la idea para la venganza, darte donde más te duele, que es el bolsillo.


No me pesa nada de lo que te di, no hay nada que remuerda mi conciencia. Te amaba y compartí contigo todo lo que tengo. Lo material lo cogiste, mis sentimientos los dejaste tirados en el fango cuando te cansaste de ellos. Algún día lo pagarás con algo más que dinero, Antonio, no lo olvides nunca.

Lo que se ha perdido

Dicen que un zorro atrapado en una trampa se arrancará la pata a mordiscos en un intento desesperado de escapar.


Llevábamos una vida sencilla pero creo que los cuatro éramos muy felices. Nosotros tres al menos sí. Nos ayudábamos unos a otros, nos alegrábamos los unos por los otros, compartíamos una de esas amistades que no se encuentran todos los días. Un día te marchaste y fuimos tres. Seguiste llamando a los demás un tiempo, después te fuiste alejando, un poco y otro poco. Llegó un momento en que te separaste casi por completo, porque la vida seguía y tú no estabas, y cuando estabas no lo podías soportar. Piensas que sin ti el mundo no gira, Antonio, y te aseguro que aquí sigue amaneciendo y anocheciendo cada día, simplemente tú no lo ves.


Rompiste con todo porque te sentías atrapado. Llegaste a sentirte mejor de lo que tú mismo habrías supuesto, los lazos que tenías hicieron tambalear un poco tus impulsos de progreso y tuviste miedo de sucumbir. Nos arrancaste a mordiscos para volver a ser preso de tu libertad. Cuando volvíamos a estar los cuatro juntos te quedabas pensativo, triste... Tú no puedes dejar que los sentimientos se interpongan en esa carrera a ninguna parte que corres tú solo. Nosotros tres aún te echamos de menos, cuando nos entregamos es de verdad.


Escapaste. Soltaste el lastre porque te impedía alcanzar la cima. Ahora estás a punto de caerte, Antonio. ¿Quién te va a ayudar a levantarte?

jueves, 28 de mayo de 2009

Señales de humo

Señales. No sabría decir el momento exacto, pero un día empecé a ver señales. Cosas triviales, absurdas, pero siempre hasta el mismo punto. Todo, absolutamente todo, salía mal. Aviones que se retrasaban, aeropuertos cerrados, vuelos cancelados, teléfonos sin cobertura en el momento más oportuno, inundaciones, compromisos de última hora... Señales que indicaban que nuestro amor podría ser muy puro, pero desde luego no estaba bendecido por la suerte.


Siempre que parecía que algo estaba bien se torcía de golpe. Cuando estábamos alcanzando un punto en el que las cosas se estabilizaban llegaba un nuevo conflicto. Vivíamos en un perpetuo martes y trece. Si analizo el tiempo neto que duró la felicidad no serían más de tres semanas. El resto del tiempo lo pasamos vadeando corrientes.


No sé si existe el destino. Tal vez hay cosas que no puedan ser. Ahora veo señales. La última vez no me amaste con las ganas de siempre, ya no me dices te quiero con la frescura que solías, ya no te alegras cuando escuchas mi voz.


Sólo espero que mañana nada impida que llegues hasta mí. Tengo que verte, Antonio, necesito mirarte a los ojos una vez más.

Mañana

Me desprecio a mí misma cuando pienso que estoy deseando que llegue mañana sólo para verte. Tengo ganas de verte salir del avión para tirarme en tus brazos y abrazarte, besarte, oír como me dices el último te quiero. Otra parte de mí desea cruzarte la cara de una bofetada en cuanto pases la puerta de salida. Otra ponerse a llorar y suplicarte que vuelvas a quererme.

Me siento miserable sólo de pensar que a veces me entran tentaciones de abandonar este plan de venganza a cambio de pasar otra noche entre tus brazos, aunque sepa que están sucios de la otra, vendiendo así el único pedazo de alma que me queda. Una parte de mí te odia y la otra seguiría muriendo por ti.

A veces no quiero que sea mañana porque hoy aún te tengo aunque sea de mentira. Una estúpida fracción de mi cerebro espera aún que todo sea un malentendido, que la otra no exista. Me rebelo ante la sola idea de que algo así me haya pasado a mí.


Pero ha pasado. Necesito tener la cabeza fría y seguir adelante. De momento ya he sido capaz de perdonarme a mí misma por haber caído en la trampa de un hombre como tú, la carne es débil y llegaste en el momento adecuado para ello. Lo que nunca podría perdonarme es dejarte marchar sin enseñarte una lección que nunca has aprendido. Errar es humano, pero no estar a la altura de las circunstancias sería más de lo que puedo permitirme.


Odio pensar en vivir sin ti, Antonio, pero sé que algún día me alegraré de lo que estoy haciendo.

Tu mano, mi mano

Julio fue agridulce. Te colaste en mi casa y en mi vida por una rendija, aprovechando la incertidumbre y como siempre guardando una parte de la verdad. No llegaste a confesarme que pensabas marcharte. Los días eran largos y las esperanzas cortas, pero aún así conseguimos tener momentos buenos. Hacíamos el amor cuatro veces al día, por la mañana antes del trabajo, por la tarde al volver, cada noche antes de dormirnos y de madrugada. Cocinábamos juntos y veías la tele en mi sofá mientras te acariciaba la espalda. Jugábamos a lo que nunca llegamos a ser.

Una noche te dormiste en el sofá y yo te desperté para que fueras a la cama. Cuando te tumbaste te pregunté si necesitabas algo y tú te tocaste el pecho "Lo único que necesito es esa mano, aquí" dijiste y agarraste mi mano con la tuya y te quedaste dormido. Yo no pude dormir. Permanecí allí, disfrutando del tacto de tu mano, de tu gesto de ternura. Al día siguiente no pude parar de sonreír. Con qué cosa tan simple me hacías feliz.


Desde entonces cada noche que pasamos juntos antes de darte la vuelta para dormir agarrabas mi mano. Estábamos siempre agarrados de la mano, nuestros dedos conocían la posición exacta para acomodarse los unos con los otros. Decías que la necesitabas, decías que no conseguías dormir bien sin mi mano en tu pecho, decías que serías feliz con muy poco sólo con la seguridad de que podrías agarrar mi mano cada noche.


Yo no llegaré a saberlo, Antonio, pero algún día recordarás mi mano en la tuya y tal vez esa noche no puedas dormir.

Menos que nada

Contigo me sentía poca cosa. Nunca un hombre ha tenido tanta capacidad para hacerme sentir tan pequeña. Me veía fea, tonta, aburrida... Me he pasado este tiempo de puntillas intentando cumplir con un estándar que no iba conmigo.


Tú me haces sentirme así. Nunca he tenido consciencia de ser nada importante, pero tú conseguías hacerme menguar como una Alicia que había bebido de la botella equivocada. No es que me menospreciaras, al contrario, me halagabas continuamente. Tanto que yo comprendía que era porque necesitabas convencerte de que yo era especial. No soy alta ni baja, ni guapa ni fea, no se me distinguiría de cualquiera por la calle, pero tú te empeñabas en subirme a un pedestal imaginario. Te gustaba pensar que todos me deseaban, que te tenían envidia. Te excitaba la idea de que otros desearan lo tuyo. No eras de los que son capaces de conformarse con alguien normal, Antonio, tú necesitas alguien a quien exhibir y yo nunca he sido esa persona.


Llevo todo este tiempo en unos zapatos que no son los míos. Sufriendo por no dar la talla y sabiendo que todo lo que me atribuías no era lo que yo tengo, sino lo que tú querrías tener. La novia hermosa, elegante, deseada... La cabeza de venado que exhibir en la pared.


Dices que tengo poca autoestima y la poca que tenía te la has cargado tú, Antonio.

miércoles, 27 de mayo de 2009

La distancia es el viento que sopla el amor

Los primeros días después de tu marcha, mi teléfono sonaba con bastante frecuencia. Se notaban tus ganas de compartir conmigo cosas que antes podías contarme cara a cara y también que me echabas de menos más de lo que habías esperado. El primer fin de semana que viniste me abrazaste, me besaste, me hiciste creer que teníamos un futuro real, después empezaste a meterte en aquel mundo y yo quedé relegada a un entretenimiento. La primera vez que fui a verte pasé más tiempo esperándote mientras cumplías con un compromiso u otro, que a tu lado.


A primeros de octubre llegó la mentira. Para entonces ya habías tejido tus telas, ya dominabas la zona. Fue una mentira tonta, porque yo no esperaba que te quedaras metido en casa, sin embargo aquel sábado me dijiste que estabas tan cansado que te ibas a la cama... a las ocho de la tarde. Siempre te has obstinado en tratarme como si fuera idiota. Obviamente no necesité más que poner un pie allí y hablar con tu compañero de piso para descubrir que era una trola más, en realidad todo aquel sueño repentino había sido una cena con alguien. Te dije que me iba, que no estaba dispuesta a tener una relación a distancia con un tío que mentía de una forma tan absurda. Y tú lloraste, suplicaste, dijiste que no se volvería a repetir, que había sido una tontería, que siempre me contarías la verdad... Ya no te creí, simplemente te quería demasiado para dejarte entonces.


Cada vez que te he pillado en una mentira, tu respuesta era que lo hacías para protegerme... Incluso el viernes pasado, cuando me juraste que no habías tenido más contacto con la otra y yo sabía que le habías puesto un mensaje aquella misma mañana, era para protegerme. Y en realidad, Antonio, aquello de lo que habrías tenido que protegerme era de ti.

martes, 26 de mayo de 2009

Otro poco de historia

Será otro misterio más de mi vida pero conservo un recuerdo nítido de la primera vez que te vi. Fue una mañana de septiembre, soleada y calurosa, yo estaba en la ventana y tú en el patio y te miré con la curiosidad que se siente ante lo desconocido. No me gustaste, no sentí nada. Solamente te vi y tardé unos días en hablar contigo.


Sentí hacia ti una desconfianza casi inmediata. Nunca miras a los ojos de la gente y siempre he asociado esa cualidad con aquellos aficionados a mentir, cosa que después he comprobado que en tu caso es cierta. No me gustaba tu forma de hablar, tus chistes fáciles, procuraba evitarte todo lo que podía. Sin embargo parecía que siempre teníamos motivos para tropezar y, poco a poco, fuiste ganando mi reconocimiento con tu simpatía. Seguía sin fiarme de ti, pero me parecías agradable.


La vida se empeñó en juntarnos a la fuerza. Primero aquella comida de Navidad en la que nos tocó sentarnos juntos. La partida de cartas, una copa, otra copa. Después aquella piedra se estrelló contra tu dedo y de nuevo estabas siempre a mi alrededor. Tú a la hora de la comida, tú a la hora del descanso, tú a la salida. Una cena en la que los demás se retrasaron, dejándonos casi una hora para charlar a solas. Y después aquella noche, mi amiga y tu amigo que no pudieron venir, una cena solos, una copa solos, un baile solos, una mano rodeando mi cintura. Un beso...


Podría haber quedado todo allí, en aquella madrugada de gloria. Pero tú no eres de los que dejan las cosas a medias. Nos enredamos en un juego tonto de adolescentes, de correos, mensajes, llamadas, miradas... el mismo que ahora juegas con la otra. Mi amiga intentó advertirme, me dijo que tú no sentías las cosas como el resto de la gente, que tuviera cuidado porque me harías daño. No puedo decir que no la escuché. Lo hice. Pero me hacías tan feliz, tan tan feliz... Digamos que me cobré un adelanto de felicidad a cuenta del dolor que sabía que ibas a causarme, aunque supiera que llegaría el día en que la tuviera que devolver.


Porque yo lo sabía, Antonio. Estaba segura de que llegaría el día en que por tu culpa no querría vivir. Y te quería tanto que no me importaba.

De lo que pudo haber sido y no fue

Nada sale nunca como espero. Mis baobabs suelen parecer repollos y las orejas de mis zorros son como cuernos, tal vez porque sólo sé dibujar boas cerradas y boas abiertas y de vez en cuando me da por experimentar.


Te expresé mis temores varias veces y los disipaste con tus exageradas dosis de positivismo. Todo iba a salir bien porque tus babobabs son baobabs y los cuernos, qué ironía, cuernos. Conservo aún tu correo con aquellas palabras "ya queda menos para que seamos los más felices del mundo". Y tal vez lo habríamos sido si tu ambición no hubiera sido mayor que el amor que me tenías. Siempre me quedará esa duda y espero que a ti también.


Ahora faltan tres días. Después nada. Se te olvidó un prefijo, Antonio. Faltan tres días para que yo sea la más infeliz del mundo.

Abandonos

"A mí nunca me han dejado", presumías alegremente con ese aire de Casanova barato que adoptabas al hablar de relaciones "Es más", añadías, "Cuando ellas han intentado dejarme siempre las he convencido para que no lo hicieran y después las he dejado yo". Debes sentirte enormemente orgulloso. No es para menos. Nunca nadie ha roto tu corazón, y ahora sé que es porque no han podido penetrar en él lo suficiente para hacerle ni un rasguño.

A mí sí que me han dejado. Y he dejado yo. Estoy hecha de carne y hueso y los avatares de las relaciones humanas me han golpeado tanto como a cualquiera. Me han dejado y creí morir de tristeza. Después me levanté. Con el tiempo todo, hasta eso, se acaba pasando.


Intenté dejarte la primera vez cuando supe que te ibas. No me sentía con fuerzas para iniciar una relación a distancia con alguien como tú, tan poco afecto a la verdad. Y me convenciste porque estaba muy enamorada, tanto que dejarte marchar era para mí como una puñalada en el centro del pecho. Me dejé convencer porque, en el fondo, dejarte ir era un dolor aún más lacerante que tenerte sólo a ratos.


La segunda fue por una mentira que descubrí, como siempre. La tercera por otra. Las dos veces me convenciste, con besos, con palabras, con promesas, con pruebas que no existían. Después esperé a que cumplieras con lo que habías dicho y en marzo quedó claro que no iba a ser así. Bueno, quedó claro para el mundo, yo siempre supe que no ibas a volver porque para ti lo único que cuenta de verdad eres tú mismo.


Nunca te han dejado, Antonio. Tengo la fundada sospecha de que cuando yo te deje no te va a importar lo más mínimo, e incluso dirás que en realidad lo ibas a hacer tú. Muy cierto. Cuando alguien se acuesta con una tía que en tus palabras "ni me va ni me viene", es que su pareja le importa tan poco como para dejarla. Así que sé que no romperé tu corazón.


En la vida hay una primera vez para todo. Sé que ya no te importo, pero... la forma en que voy a dejarte sí que te va a importar.

Dijiste una vez que nunca me olvidarías. Yo voy a encargarme de que sea cierto.

lunes, 25 de mayo de 2009

Quererlo todo

Moncho el de la zapatería vivía esclavo de la voluntad de sus padres, a pesar de que pasaba de los cuarenta, estaba casado y tenía dos hijos pequeños. Los viejos eran dos tacaños convencidos que vivían para ahorrar hasta la última peseta y no permitían ninguna expansión a su único hijo. Moncho, su mujer y sus hijos vestían ropa de varias décadas antes, si salían era a dar la vuelta a la manzana y estaban subyugados a las órdenes de quienes tenían la llave de la caja. Pero a Moncho le compensaba. Como solía decirle a mi padre "algún día heredaré todo y entonces podré hacer lo que me dé la gana". Y con ese consuelo vivía una vida miserable. Una mañana, el mismo día que su hijo hacía la Primera Comunión, Moncho se levantó de la cama y cayó desplomado en el baño, mientras se afeitaba. Dijeron que fue un infarto cerebral, no pasó de aquella tarde. Todo lo que iba a heredar sólo sirvió para pagarle una lápida de las mejores.


Te dejaste llevar por la ambición. No te bastaba ser alguien corriente, un empleado más, tuviste que enfrentarte, que hacer oír tu voz, que demostrar que tenías poder. Después, en aras de un lugar que según tú alcanzarías algún día, sacrificaste algo que yo sé que te importaba. Te fuiste detrás de las promesas dejando atrás la realidad.


Lo quieres todo. Querías ocupar un lugar importante, querías tenerme esperando por siempre, querías, según parece, aprovechar cualquier oportunidad que saliera mientras volvíamos a estar juntos. Ahora parece que como Moncho el de la zapatería, te quedas a las puertas de todo lo que anhelabas, y el sacrificio que hiciste fue en vano.


Tuviste algo y lo dejaste por perseguir humo. Y ahora ¿qué tienes ahora?

Intentando volverme estatua de piedra


A veces me resulta difícil endurecer el corazón para no recordar los momentos felices. Te quise tanto, Antonio...


Los viernes nos despedíamos a la puerta del trabajo con un guiño, y un poco más tarde llegabas a mi casa con tu maleta para pasar el fin de semana y me abrazabas en la entrada como si hiciera meses que no me veías. Dormíamos una siesta larga en el sofá y yo te acariciaba la espalda durante horas.


Cuando ibas a tu tierra de visita pasabas a verme el domingo por la noche, muy tarde, sólo para darme un beso. Entrabas sonriente, te sentabas en el sofá conmigo en brazos y me contabas cuánto me habías echado de menos y cómo te habías convencido un poco más de que nada era igual si yo no estaba.


Al despedirnos cada uno en su coche, tú te bajabas en el último semáforo antes de tirar por distintos caminos y me dabas el último beso, y si el semáforo estaba en verde me llamabas al móvil para recordarme una vez más que me querías.


¿Qué fue de todo eso, Antonio? ¿Dónde se perdió tanto amor?

Eras mío

Eras mío, tan mío como el alma
que derramo en los versos que te lloran.
Eras mío y comías en la palma
de estas manos vacías que te añoran.

Yo era tuya, tan tuya como el sueño
que debía durar toda mi vida,
yo era tuya, sin más, tú eras mi dueño,
medí mi amor y no tenía medida.

Y ahora soy como un perro en el camino
de puerta en puerta, perdido y solitario,
soy sobre en blanco que no tiene destino,
grito sin voz, actriz sin escenario.

Y no eres mío ya, miré por dentro
y vi vacío el sitio que ocupabas.
Soy sol sin luz, soy círculo sin centro,
barco sin mar y puerta sin aldabas.

domingo, 24 de mayo de 2009

Hechizos

Me pasa desde niña, casi desde que puedo recordar. En muchas ocasiones son tonterías, otras cosas más serias, pero cuando sueño algo varias veces es que lleva algo de verdad. Siempre me ha dado pánico esa tendencia. Durante años negué todo lo que pudiera llevar un componente sobrenatural y aún hoy lo sigo rechazando. No me gusta que me ocurran esas cosas, me dan miedo, pero no lo puedo evitar. Una vez la visión me mostró un accidente, durante varios días de forma nítida lo vi. Después llegó. Un coche, una autopista, un momento y un volantazo que lo evitó. Si no hubiera tenido la visión no habría podido evitarlo pero yo sabía lo que iba a ocurrir porque ya lo había visto. Eso me reconcilió un poco con esa faceta mía que tanto me preocupaba, pero sigue sin convencerme del todo.


Cuando estoy cansada, deprimida o con las defensas bajas bajo la guardia y vuelven a ocurrir cosas extrañas. No falla. Son insignificancias. Un sueño, algo que ves accidentalmente y más tarde ocurre, nada especial. Esto lo llevo soñando desde hace tiempo y no paraba de repetirse por eso estaba preocupada, siempre el mismo sueño, la misma tía. Es horrible que los sueños se hagan realidad. Estos días me cuesta dormirme y mi sueño se interrumpe varias veces. Tengo miedo.


Lo de los hechizos lo descubrí más tarde, cuando me di cuenta de que cada vez que alguien iba contra mí empezaban a ocurrirle cosas malas. Son cosas simples, para mí meros placebos. Pero no sé por qué, funcionan, no dudo que será casualidad. El hechizo que te he hecho fue porque la rabia me cegó y como no te tenía delante para abofetearte necesitaba hacer algo contra ti aunque fuera un símbolo. Desde que lo hice las cosas no te pueden ir peor. No fue contra ti, yo sólo quería arruinar tu relación con la otra, no porque quiera seguir contigo, no podría ya confiar en ti, sino por el placer de hundir lo que me ha hundido. Y de repente empiezan a pasarte cosas malas y me pregunto si yo tengo algo que ver.


¿Y sabes una cosa? Me alegro, Antonio, te mereces todo eso y más. No fue contra ti, nunca he maldecido a nadie... pero no sabes lo que me alegro de todo lo malo que te pasa.

Pequeños fastidios


Me está costando un esfuerzo sobrehumano disimular contigo. De hecho no siempre lo consigo y me dices que mi tono de voz suena cínico o con doble intención. Sé que tengo que hacerlo porque el viernes tengo que traerte aquí como sea. Si no lo hago mi plan habrá fallado y todo se habrá ido al garete, así que finjo, no quiero que te enteres.


No siempre lo hago bien. Poner un tono dulce y representar el papel de novia preocupada me resulta muy difícil en estas circunstancias, por eso a veces no puedo evitar causarte pequeñas molestias.


Te llamo cuando sé que duermes la siesta para interrumpirte y después me disculpo de forma acaramelada por mi torpeza. Cuando sé que has quedado con la otra busco cualquier excusa para llamar, para así perturbar la felicidad de tu cita clandestina. Te hago preguntas y más preguntas, interesándome por ti y obligándote así a inventar mentiras, aunque eso no te cuesta mucho trabajo, ciertamente. También he lavado la camisa que te dejaste aquí, la de Dior, con agua caliente y ha encogido. Qué mala suerte ¿no? Son cosas pequeñas, pero me encanta fastidiarte.


Esto es el principio, Antonio. Que hoy te haya cortado la siesta para decirte que te quería mucho es una pequeñez, pudiste seguir durmiendo más tarde. Pero ¿y el viernes? ¿Dónde vas a dormir?

No sé por qué te quiero. Sé que es la letra de una canción. A lo mejor se me ha pegado esa costumbre tuya de tomar prestadas frases de películas y canciones para expresar mi amor, pero es que esta se ajusta la realidad perfectamente: no sé por qué te quiero.


En ti veo demasiadas cosas que no me gustan. Eres mentiroso hasta la extenuación, las únicas verdades que hay en ti son las que dices a medias y eso me fastidia bastante. También egoísta, sé que todos lo somos, pero tú no te molestas en disimularlo como hacemos el común de los mortales, eres así y ya está. Superficial, sobre ti todo resbala como las gotas de agua en un cristal, pocas cosas consiguen afectarte y calar en tu ánimo.


Después hay cosas más mundanas que me hacen preguntarme qué he visto en ti. Eres muy ignorante para muchas cosas, y pareces enorgullecerte de tu falta de cultura, que encima no tiene justificación porque vienes de un entorno acomodado y tuviste acceso al conocimiento, me disgusta que tengas tan pocas inquietudes intelectualmente hablando. Nunca has leído un libro y tu película favorita es "Karate Kid", como aquel personaje que hacía Matt Dillon en "Algo pasa con Mary" que tanto me hizo reír por lo zoquete que era. Hablas a gritos y te encanta ser el centro de atención, y eso a mí me da un poco de vergüenza. Te tiras pedos y eructos delante de mí sin ningún rubor, como si fuera lo más normal del mundo, y en ocasiones incluso los celebras con expresiones jocosas que hacen que quiera que se me trague la tierra. Eres no sólo tacaño, sino también gorrón. Tus brazos son muy cortos y tus bolsillos muy profundos, eres de los que van al baño a la hora de pagar y de los que se arriman a aquellos que invitan. Sé que no te he conocido en tu momento más boyante, pero esas cosas se ven, si una persona es generosa se aprecia incluso en los momentos de menos pujanza. Y lo peor de todo: haces ruido cuando comes, que es lo que más me molesta en esta vida. De hecho si sabía que te quería era por eso, porque te toleraba que hicieras ruido al comer, y si te quería a pesar de eso es que te quería mucho.


Por supuesto tienes muchas cosas buenas. Eres alegre y optimista, capaz de hacer que cualquiera levante el ánimo. Divertido como nadie y el alma de todas las fiestas a las que vas. Me hacías reír y te reías conmigo, y todas las mañanas me decías te quiero nada más despertarte. Cocinas bien y eres dispuesto para las tareas del hogar, en ese sentido me cuidabas mucho. Haces unos masajes estupendos y sabes quitarme la jaqueca haciéndome reiki. Y eres un magnífico amante si exceptuamos, por supuesto, aquel episodio en el que perdiste la vergüenza y los papeles.


Tienes como todos cosas buenas y malas, pero no acierto a comprender la razón por la que te quiero tanto. Ójala no te hubiera querido, ni siquiera recordando tus defectos consigo olvidarme de ti.

Lo que olvidaste contarme

Presumiste en muchas ocasiones de las veces que habías sido infiel. Te divertías haciéndolo y asegurándome después que eso se había terminado para siempre. Yo te escuchaba con cierta inquietud, pero luego recordaba que eres un poco fanfarrón y que posiblemente todo aquello estaba adornado por tu fantasía. Creía sinceramente que yo iba a ser distinta. No deja de sorprenderme lo idiota que soy.

Siento mucho respeto por tu ex pareja, sobre todo ahora que ya no me creo nada que venga de ti. Sé poco sobre ella, sólo que tuvo que quererte mucho para soportar todo lo que te aguantó. También que te reemplazó pronto, afortunadamente, y que ese ego tuyo tan pronunciado te hace pensar que en realidad ese otro hombre es un sustituto, alguien con quien está nada más que para olvidarte. Te cuesta mucho creer que haya vida después de ti.

Ahora recuerdo todas las mentiras que me contaste y me imagino las que le tuviste que contar a ella durante el tiempo que duró tu doble juego. Qué fácil es engañar a mil kilómetros ¿verdad? Después de todo no es la primera vez que lo haces, tienes muchísima experiencia en eso, tú mismo me contabas. Lo que te olvidaste de contarme fue la vez que me engañabas a mí. A veces, Antonio, eres muy despistado.


Un día ella me llamó por teléfono y se descubrió el pastel. Y tuviste suerte, Antonio, porque yo te perdoné y creo que con el tiempo ella también lo ha hecho. Siempre encuentras a alguien que te salve el pellejo. Ahora me siento culpable. Desconocía tu jugada, pero me siento fatal, como si esto que me ocurre ahora fuera un castigo.


No sé cómo se sentirá Raquel ahora en su papel de la otra, pero algún día, cuando ella sea la engañada, se acordará de mí y tal vez también se sienta culpable. Eso me consuela un poco, la certeza de que la engañarás y pasará por esto que yo paso.


Aunque no sé, Antonio, quizá después del viernes aprendas a decir la verdad.

Di que no es verdad

Me despierto a menudo en mitad de la noche con el corazón latiendo desbocado, la boca seca y empapada en sudor. Por las mañanas cuando despierto tengo que tomar el desayuno a bocados pequeños porque me dan náuseas. He adelgazado otra vez. Los pantalones que compré por las rebajas vuelven a quedarme flojos. A veces en el trabajo se me acelera el pulso y tengo que desviar el pensamiento para no desplomarme sobre la mesa.

A pesar de que el viernes todo habrá terminado, a pesar de la pruebas que cada día indican que todo es verdad, a pesar de la rabia que me haría abofetearte varias veces al día, todavía rezo para que nada sea cierto. Para que llegues y me digas que tiene una explicación, que todo fue una mentira, una broma de mal gusto. Sueño con volver a abrazarte, con sentir tu mano agarrando la mía por la noche... Sueño con que todo sea un sueño.

Pasé meses soñando que volvías. Era un sueño perfecto. Irrumpías en el comedor mientras todos comíamos, y te dirigías a mí diciendo: "No me importa el trabajo ni el dinero, nada tiene sentido si no estás tú". Después me cogías en brazos y me sacabas de allí.


Ahora sé que nunca ocurrirá. Sé que tu amor ha pasado, que la otra ocupa el sitio que yo tuve. Pero todavía hay una cosa que no sé y es cómo voy a poder seguir viviendo el sábado, el domingo, el lunes...


Aún no sé cómo voy a olvidarte, y te odio por ello.

No quiero


Hoy hace justo un año que me pediste matrimonio, en el medio de un río y con testigos. Fue tu obsesión durante algunos meses. Querías casarte conmigo. En realidad es tu pasión por competir, por querer ganar siempre, por llegar donde no llega nadie. Hace un año te declaraste en una escena que habría sido digna de una película, algo propio de ti, espectacular e impactante. Yo dije no.

Me casé joven y no me salió bien. Tengo clavada la espina de no haber sabido hacerlo y no quiero repetir. Tú nunca te has casado, pero conmigo te entró esa obsesión. Si yo hubiera querido casarme tú no habrías tenido ganas, pero como yo me mantenía firme en mi determinación a ti te apetecía más que ninguna otra cosa. Querías demostrarte que podías con mi reticencia, que también ahí ibas a triunfar.



Al final te puse a prueba y, como siempre, fracasaste. Una de las veces que me lo propusiste te dije que tal vez, que era posible. Ya nunca más volviste a mencionarlo. Sí, Antonio, tú eres así.

Casualidades o desgracias

No sé si existe el destino, pero muchas veces me paro a pensar en cómo llegaste a mí y en qué momento la casualidad empezó a cruzar nuestros caminos. Porque te tuve delante varios meses sin ni siquiera verte, y de pronto te encontraba por todas las esquinas.


¿Dónde está el margen que separa la casualidad del infortunio? Como la piedra que te machacó el dedo, como los horarios que nos hacían librar a la misma hora, como la cena a la que llegamos los primeros, como la noche que mi amiga y tu amigo no pudieron venir, como aquella canción, como aquel beso, como los patos que había en aquel parque de madrugada, como aquella llamada perdida que se retrasó... ¿Qué fue todo aquello?


La casualidad nos unió y nunca pude quitarme el peso de que en otro lugar con otra vida jamás te habrías fijado en mí. Fuimos como barcos en la noche que al cruzarse se hacen señas y luego se separan para siempre. Yo era feliz con lo que teníamos. Pero tú, Antonio, eres de los que necesitan tenerlo todo. Cuerpo y alma.


Aquella noche de febrero, cuando te vi abrazarme y quedarte serio, supe que estaba entrando en terreno resbaladizo... Dios mío, que tonta fui.

Aquello que también te perdoné

Mientes demasiado y demasiado a menudo como para no pillarte. De hecho, sólo esa costumbre que tienes de no mirar a los ojos ya dice mucho de ti. Así que descubrí mentiras tuyas prácticamente desde el principio, aunque mi amor era tan ciego que te di oportunidad tras oportunidad porque era tal el sentimiento que me provocabas que yo misma te buscaba la justificación. Te perdoné más de lo que habría debido.


También te perdoné aquello. No sé por qué.
Siempre supe que apetito sexual era mayor que el de la mayoría de las personas. Me buscabas de forma incansable, cada mañana ponías antes el despertador para amarme antes de ir al trabajo, si me ponía falda al llegar a casa no eras capaz siquiera de pasar del salón, a veces despertabas por la noche y empezabas a tocarme hasta que yo reaccionaba...


Pero nunca me habría esperado aquello. Te diste la vuelta y empezaste a besarme. Al día siguiente te ibas y yo estaba agarrada a ti mientras dormía. Pero no tenía ganas, Antonio, a veces no se tienen ganas. Me giré para darte a entender que no me apetecía y tú te pusiste encima de mí. Me sujetaste las muñecas contra el colchón y entraste. Yo me quedé rígida, intenté empujarte pero tienes más fuerza que yo. Estuviste un rato saciando tu apetito, sujetándome las manos y con la respiración pesada de un animal. Después simplemente te diste la vuelta y volviste a dormirte.


Dijiste que estabas dormido. Dijiste que querías morir por lo que habías hecho. Dijiste que no recordabas nada. Dijiste que la siguiente vez que me vieras no ibas a ser capaz de tocarme.


Mentira.


La siguiente vez que te vi llegaste y me bajaste las bragas contra la columna del salón.


Nunca debí haberte perdonado aquello.

Llegando al fondo, tocando fondo

Hércules Poirot decía que una mujer sólo debe decir toda la verdad a tres personas: el médico, el confesor y el detective privado. Durante años leí historias donde una dama en apuros se sentaba en el despacho de Poirot y le pedía su colaboración para un asunto de vida o muerte. Fue inevitable que se me ocurriera esa idea, aunque mi detective no tiene el glamour de Hércules Poirot, de hecho no le he visto nunca.


Resulta paradójico el poco alivio que se siente al confirmar los temores de uno. Poco a poco me fueron llegando las pruebas de tu traición y yo las contemplé con regusto a bilis en la boca. ¿Cómo pudiste, Antonio? ¿Por qué me traicionaste así? Yo te habría querido siempre, no a tu manera, que se queda estancada en las simples palabras, sino de verdad. Siempre. Yo habría intentado por todos los medios que fueras feliz.


Lo del hechizo lo vi por Internet y si lo puse en práctica fue porque tenía tal desesperación dentro de mí que debía hacer algo, aunque fuera simbólico. Es gracioso porque en realidad no creo del todo en eso, pero desde que hice el hechizo no dejan de pasarte cosas. Tienes siempre sueño, estás muy cansado, la rodilla la tienes hecha polvo y están a punto de echarte del trabajo... ¡Qué pena! Me pregunto qué le estará ocurriendo a Raquel, pero claro, no lo sabré porque tú no admites que la sigues viendo.


Y así estoy. Esperando a que cojas el avión el viernes para darte la lección de tu vida. La que ninguna de tus anteriores parejas fue capaz de darte. No sólo lo hago por mí, lo hago por todas, incluso por Raquel. Para cuando ella también empiece a ver cosas raras, para cuando te vea encerrarte en el baño con el móvil o tal vez reciba un mensaje que no era para ella, o tengas un partido a las once de la noche o algo así...


El día que estés solo recordarás cuánto te quise.

La estela que dejaste al marchar

Te fuiste. No te gusta que lo diga, siempre te enfadas, así que lo voy a decir bien alto y bien claro: TE FUISTE, TE MARCHASTE, TE LARGASTE.


Lo explicaré un poco mejor. Durante tres meses te dedicaste a prometer todo lo prometible. Ibas a amarme siempre, bueno, eso ya lo he dicho, ibas a tratarme como a una reina, cuidarías de mí, me serías fiel aunque estuvieras solo en el Polo Norte... Promesas, promesas, promesas... Me pediste que me casara contigo, querías venir a vivir conmigo al final del verano, incluso hablaste de tener un hijo. Coleccioné tus promesas una a una, igual que los niños pegan pegatinas en un álbum y de vez en cuando las recuerdo y comprendo que ninguna se cumplió. Pareces un político.


Después te largaste. Llegó a oportunidad del traslado y tus ojos cambiaron del verde amarronado al verde vivo del dinero. El ascenso, la gloria, el reconocimiento... Pobre Antonio. Todos vimos que en realidad te estaban quitando de en medio porque molestabas. Te mandaron lejos donde no pudieras causar problemas. Te lo habíamos dicho miles de veces, que los cambios vienen despacio, que no conseguirías nada con esa actitud, pero el orgullo te ciega y cuando te pusieron la zanahoria delante corriste a morderla, como un caballo desbocado... o más bien un burro, Antonio. Intentamos advertirte, pero la codicia cerró tus oídos a todo lo que te dijimos. Nunca olvidaré tu cara de felicidad cuando me dijiste que te marchabas. Porque te habían dicho lo que ibas a cobrar, y tú, pobrecillo, no te diste cuenta que en realidad te ibas perdiendo, no sólo dinero, también vida.


Yo no quería una relación a distancia. Insististe, lloraste, me pediste un año, intentarlo al menos. Dijiste que no querías perderme, que jamás habías querido como me querías a mí (eso creo que también lo he dicho). Prometiste una vez más que todos tus esfuerzos futuros irían encaminados a estar a mi lado otra vez. Al final cedí.


Estuve mucho tiempo enfadada contigo. Creo que aún lo estoy. Te largaste dejándome encadenada a un amor que ha terminado por asfixiarme. Me lo quitaste todo. Te dije que esperaba que encontraras lo que habías ido a buscar. Mentía. Sólo espero que encuentres lo que te mereces.

sábado, 23 de mayo de 2009

La desdichada historia del reloj

Lo del reloj me tuvo en vilo durante semanas. Miraba escaparates, comparaba, calculaba... Un día estaba convencida de que era buena idea, al otro que no... Un reloj es un regalo importante, normalmente suele ser lo que se escoge para sellar compromisos, así que sopesaba una y otra vez el peso que podría llegar a tener un regalo como aquel.


Por eso esperé a comprarlo al último día, cuando el jefe había venido y te había garantizado que ibas a seguir aquí... o eso creía. No era el más caro, pero costaba más de lo que podía permitirme, dudé un buen rato antes de comprarlo y al final me decidí. Porque te quería y era la primera ocasión que tenía de regalarte algo, y quería que fuera algo bueno, digno del amor que sentía por ti.


El reloj llevaba en tu muñeca dos días cuando me confesaste que te trasladaban. Supongo que no te lo callaste adrede. Quiero creer que fue simplemente el deseo de protegerme lo que te hizo ocultarlo, y no tu poca afición a la verdad.


Supongo que te lo pones cuando quedas con Raquel y tu falta de escrúpulos te impide siquiera sentirte mal cuando miras tu muñeca y ves un recuerdo de lo que yo te quise.


Si hubiera sabido que ibas a marcharte no lo habría comprado, Antonio. Un reloj es demasiado para celebrar el santo de alguien que se larga faltando a todas sus promesas. Ese reloj es una cosa más que tienes gracias a tus mentiras. Igual que mi corazón. De haber sabido ser sincero yo tendría mi corazón conmigo y tú tu viejo reloj deportivo de Adidas. Es ahora cuando sé que si alguna vez para variar me hubieras contado la verdad no habrías sido tú mismo.

El porqué de las cosas

Si escribo esto es por mí. Me desahoga, me quita un poco la opresión que tengo en el pecho ante la certeza del fin. Me descarga contarlo, recordar este amor que ha sido causa de tanta amargura, revivir aquellos momentos felices igual que se ve una película que admiramos en la infancia en la edad adulta, desde una perspectiva nueva, perdida la inocencia.

No lo hago pensando que lo vas a leer, porque tú no lees. No te gusta. Esa era una de las diferencias entre los dos, que yo no podía vivir sin leer y que tú jamás habías tocado un libro por el simple placer de leerlo. Cuando vi "La Bella y la Bestia" Gastón me recordó a ti: atractivo, engreído, ignorante y con un ego capaz de superar cualquier frontera. Te vi, cuando él cogía el libro que Bella tenía entre las manos y lo hojeaba diciendo: "¿Cómo puedes leer esto? No tiene dibujos" y después me sentí culpable de haber hecho esa asociación, porque eras mi novio y te quería y te estaba comparando con un personaje ridículo y tosco. Pero lo cierto es que lo pensé.


Una vez quisiste leer algo de lo que había escrito, pero sólo para alimentar tu ego, porque era sobre ti. Antonio, te pierde el elogio. Te expandes y encoges como una esponja cuando alguien te alaba, adelantas el pecho y te relames, como un gato mimado por una solterona se estira y regocija ronroneando mientras le pasan la mano por el lomo. La gente suele aprovecharse de eso, te regalan el oído y después te dan la puñalada, pero tú eres el último que lo ve. En el fondo eres como una Caperucita de guiñol, adentrándose confiada en el bosque por el camino más largo, halagada por un lobo ladino y siniestro que sólo espera la oportunidad para comérsela, mientras los niños gritan "Nooooo, Caperucitaaaa, nooooo". Este verano todos te vimos meterte en el bosque por el camino más largo y despeñarte colina abajo mientras sólo tú creías que ascendías.


Eso hago yo ahora, alimentar tu ego con palabras de amor que no son ciertas, mientras espero a tenerte a mi alcance para poder vengarme. Te conozco y por eso me aprovecho de esa debilidad tuya, para poder atacar por la espalda.


Así que si escribo es por mí. Porque necesito expresar de algún modo este dolor que siento, y al mismo tiempo convencerme de que se acabó. Esto me da fuerzas para pensar en el viernes, cuando al fin te tenga delante y pueda darte un poco de lo que te mereces.


No lo vas a leer, Antonio, pero no te imaginas lo que a mí me consuela escribirlo.

Nada más que palabras


A aquel primer te quiero le siguieron muchos más. Montones. Nunca nadie me ha dicho tantas veces que me quiere aunque, ya lo sabes, amor mío, nunca me ha costado tanto creerlo y en realidad no sé si alguna vez lo creí.


Según tú a tu ex no le decías te quiero, no te salía porque tu amor por ella nunca llegó a pasar el límite, se quedó en algo tibio que simplemente te resultaba cómodo. Sobre eso no sé que pensar. Es fácil decir después de tiempo que no amabas a esa persona intensamente, negar los sentimientos es sencillo porque no existe nada que lo demuestre. No puedes enseñar una radiografía de un corazón y decir "¿Ves?, ella ocupaba un espacio más pequeño que el tuyo
".


Lo que sí pienso a veces es en las palabras de amor que ahora le dirás a Raquel. Si todas ellas estarán, como en mi caso, sacadas de películas, o de canciones, o si para ella inventarás alguna nueva. Me pregunto si también le dirás que lo que te hace sentir nunca lo has sentido antes, que la quieres jartás y mijitas o musho mushísimo, que tu amor es demasiado grande, que la vas a querer toda la vida... Pienso si le dirás "te quiero..." y después su nombre completo con los dos apellidos, como hacías conmigo. Si grabarás su número en tu móvil con el nombre de "Amor mío", donde antes estuvo mi teléfono. Si le llamarás Amor, Cariño, Mi niña...


Me hace daño pensar que cuando estés en la cama con ella después de hacer el amor, le apartarás el pelo de la cara y le dirás "Dios mío, eres preciosa", como me hacías a mí. O si al verla después de unos días la abrazarás y le repetirás te quiero, seis o siete veces seguidas alternándolo con besos. O si te plantarás ante ella y afirmarás a tu estilo, histriónico y desmesurado "Te voy a querer siempre", en el mismo tono que se pronuncia un lema en una manifestación callejera, de forma intensa y apasionada. Si cuando haya gente delante le dirás "Oye, musho ¿eh?, pero musho". Nunca lo sabré.


Palabras. Eso fuiste, Antonio, un montón de palabras. Exageradas, románticas, rimbombantes, palabras sonoras, bonitas, cursis, andaluzas y, sobre todo, vacías. Te evaporaste en un torrente de palabras que te sonaban bien y ninguna de ellas llegó a tener más peso que su sonido cuando se desvanecía en el aire. Me emborrachaste de palabras, yo que tanto las aprecio, como se emborracha a un pobre pavo antes de sacrificarlo para Navidad y la resaca me hizo ver que detrás de ellas no había nada.


Quizá debió darme una pista que entre tantas palabras mi nombre fuera la que menos te oí pronunciar.

De lo que te pedí y nunca cumpliste


Aquella noche te fui a recoger al aeropuerto. Llegué un poco antes, fui al baño, me arreglé el pelo, me pinté los labios. Estaba muy nerviosa. No había sabido apenas de ti en los dos días anteriores. Un par de llamadas apresuradas que me decían que tuviera paciencia, que todo estaba bien. Por eso decidí coger el coche e ir a recogerte, porque ya no podía esperar más.


Saliste de los últimos cuando llegó tu avión. Traías un polo de colores vivos y una chaqueta blanca que contrastaba con el gris oscuro que vestía yo y el frío de primeros de marzo. Me abrazaste hasta levantarme del suelo en aquel aeropuerto vacío de domingo por la noche y yo, tonta, me sentí tan feliz.


Después fuimos a hablar a un pub perdido con nombre de ciudad de Sudamérica. Pedimos dos coca-colas y nos sentamos en una mesa alta, en taburetes. Tú estabas radiante. Hablaste mucho, más de lo que te he oído hablar nunca. Dijiste que estabas seguro, que habías tenido un momento de flaqueza en el avión por miedo a mi respuesta, pero que ahora no tenías ninguna duda. Que querías ir hacia adelante, hasta donde yo estuviera dispuesta a llegar. Yo no podía creer lo que oía, me resistía a aceptar aquella felicidad inesperada que me ponías en las manos, pero tu sonrisa parecía tan sincera, tu mirada tan ilusionada, que caí. Y tú me agarraste la cara con las dos manos y con esa sonrisa que parecía no despegarse nunca de tu boca me dijiste: "¿Quieres oírlo?" Y yo te dije sí. "Te quiero" dijiste alargando mucho las sílabas. "Te quiero" y repetiste mi nombre completo "Quiero acostarme contigo por las noches y despertarme contigo por las mañanas porque te quiero"


Aquel pub oscuro un domingo por la noche fue uno de los escenarios más brillantes de mi vida. Creí que era el principio de algo que sólo podría desembocar en la felicidad. Me miraste y me dijiste que podía pedirte lo que quisiera que tú me lo concederías, como un genio salido de la lámpara. Y yo pedí: "No me mientas nunca".


Entonces no lo supe, pero después me enteré de aquella noche fue la primera mentira. Sólo te pedí una cosa, Antonio, entonces no sabía que era algo que tú no eres capaz de cumplir.

Yo soy esa


Soy nuestra amiga, aquella a la que su marido abandonó un sábado por la noche, dejándola con una niña de menos de dos años para marcharse con una compañera de trabajo. Soy la tonta que espera todas las noches con la cena caliente a alguien que se tuvo que quedar a trabajar hasta tarde. Soy tu madre, abandonada por una mujer veinte años más joven, y tu abuela, la que veía marcharse a tu abuelo cada mañana para encontrarse con su amante. La mujer de tu hermano, engañada antes de la boda, y las de tus tíos, soportando correrías por el tributo a una vida cómoda, en el fondo tú lo llevas en la sangre. Soy la mujer del practicante que llamaba todos los días a la otra desde la cabina del centro del pueblo cuando los móviles no existían. Soy también tu expareja, engañada mil y una veces, con la excusa de tus torneos y tus compromisos. Mi amiga la que después de dos años de relación se enteró de que su novio tenía novia formal desde el instituto. Mi excuñada, cuyo marido se fue con una tía la que había conocido por internet dejándola llena de deudas. La madre de mi amiga, que se quedó sola con tres hijos cuando el marido se marchó con una puta que había conocido en un burdel de carretera.


Soy todas esas mujeres que durante años han sido y son engañadas cada día. Soy una más.


Por eso lo hago, Antonio. Porque ya estoy harta.

viernes, 22 de mayo de 2009

Perros y lobos

Un amigo de mi abuelo encontró una vez un lobezno herido y solo en uno de sus paseos por el bosque. Lo recogió, se lo llevó a casa y allí lo curó y crió como si fuera un perro. Misteriosamente y en contra de todos los estudios que hay sobre los lobos, el lobezno creció pareciéndose bastante a un animal doméstico, sin dar muestras de agresividad e integrándose bien en la familia. Pero una noche, ya adulto, desapareció sin dejar rastro. Volvió unos días más tarde y el amigo de mi abuelo observó aterrorizado que no venía solo, varios lobos le habían acompañado de vuelta a casa y ahora le contemplaban desde el jardín. El episodio se superó sin incidentes aquella noche, pero a la mañana siguiente, con lágrimas en los ojos, sacrificó a aquel animal que había criado porque a fin de cuentas era un lobo y el instinto estaba en su naturaleza. Al fin y al cabo un lobo.


Eso me pasó contigo. Siempre supe que eras un lobo, y sin embargo creí que con amor y ternura podrías dejar atrás tus malos instintos. Solíamos comentarlo cuando te veíamos feliz y tan cambiado, con algo que antes no mostrabas. De hecho, no sólo yo, sino los tres, creemos firmemente que de haber seguido aquí te habríamos hecho olvidar para siempre lo que antes habías sido. Pero te fuiste, Antonio, como aquel lobo, y cuando creí que volvías a mí descubrí que en realidad habías regresado a la manada. Sé que lo que tuviste aquí no lo has tenido nunca. Lo sabemos por tu forma de actuar, por tus descuidos, cuando se te olvidaba que los amigos no hacen ciertas cosas. También sé que ahora crees que ya no lo quieres porque has vuelto a ser lobo, pero no me cabe duda de que algún día, en un descuido, tal vez cuando estés solo, recordarás aquellas días los cuatro juntos, las compras, las partidas de cartas, las comidas, los planes para el fin de semana, la mañana de canoas en el río, la pizza con aceitunas calientes del viernes por la noche... y sentirás haberlo perdido.


Fuiste parte de algo aquí... ¿Qué eres ahora, Antonio? Un simple lobo.

El principio del calvario


Hoy hace diez días que lo sé, aunque la verdad lo sospechaba hace tiempo. Será porque mis sueños no me suelen fallar y hacía tiempo que soñaba con ella. Media melena castaña, mechas rubias, vamos, rubia teñida, estatura media y unas caderas más anchas que las mías. Estaba siempre contigo, tomando algo en algún sitio, hablando, riendo, y yo os veía a través de un cristal y no podía hacer nada para evitarlo. El sueño se repitió durante más de un mes hasta que lo descubrí todo. Lo comenté contigo y te reías, incluso hacías comentarios jocosos sobre "la otra" como la solíamos llamar. Tú eres así. Pero yo también soy así y sé que cuando sueño con algo repetidas veces se acaba cumpliendo.


Hace una semana te confundiste de botón y yo recibí en mi bandeja de correo un mensaje que era para ella, Raquel, la ladrona se llama Raquel. Miré la pantalla con ojos incrédulos, mientras una mano helada me apretaba el pecho provocándome serias dificultades para respirar. "Te odio" pensé. "Te odio, te odio, te odio, te odio, te odio" Y mi corazón se desintegró en pedazos en aquel momento, y empezó a sangrar con tanta fuerza que creí que tendría que coger un avión para matarte de la forma más cruel que se me ocurriera."Te odio".


Normalmente soy visceral, arranco y me llevo por delante aquello que me esté torturando y en principio eso hice. Llamar, humillarme, pedirte explicaciones... Sin embargo, mientras oía tus patéticas excusas, y notaba tu estólida indiferencia ante mis sentimientos que en su día tanto habías alentado, la semilla de algo nuevo germinó en mis entrañas heridas y floreció tan rápido que desde hace diez días sólo vivo para ello: la venganza.


Voy a vengarme de ti, Antonio. Ya se acabó la pobre tonta enamorada a la que haces daño sólo porque sí. Esta vez vas a pagarlo, aunque los cien pequeños dolores que pienso causarte, no serán bastantes para calmar ese tan enorme que me devora a mí.


Por eso hoy, día en el que no me vas a llamar porque no tienes tiempo para mí, pero que en cambio si has podido enviarle a la otra un mensaje de texto, empiezo este blog. Para que todo el mundo sepa menos tú que la venganza está en camino, maldito capullo.