lunes, 25 de mayo de 2009

Intentando volverme estatua de piedra


A veces me resulta difícil endurecer el corazón para no recordar los momentos felices. Te quise tanto, Antonio...


Los viernes nos despedíamos a la puerta del trabajo con un guiño, y un poco más tarde llegabas a mi casa con tu maleta para pasar el fin de semana y me abrazabas en la entrada como si hiciera meses que no me veías. Dormíamos una siesta larga en el sofá y yo te acariciaba la espalda durante horas.


Cuando ibas a tu tierra de visita pasabas a verme el domingo por la noche, muy tarde, sólo para darme un beso. Entrabas sonriente, te sentabas en el sofá conmigo en brazos y me contabas cuánto me habías echado de menos y cómo te habías convencido un poco más de que nada era igual si yo no estaba.


Al despedirnos cada uno en su coche, tú te bajabas en el último semáforo antes de tirar por distintos caminos y me dabas el último beso, y si el semáforo estaba en verde me llamabas al móvil para recordarme una vez más que me querías.


¿Qué fue de todo eso, Antonio? ¿Dónde se perdió tanto amor?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Son todos iguales. Prometen, prometen y después si te he visto no me acuerdo.

Anónimo dijo...

Me siento tan identificada con algunos de tus escritos que no sé ni qué decir...

Anónimo dijo...

que triste verdad?? sobretodo porque antes hacia todo eso y ahora no...y piensas, por qué? por qué ahora ya no? es que has cambiado? y no...el que ha cambiado ha sido él y te da rabia que así sea...te entiendo, te entiendo muy bien.