jueves, 4 de junio de 2009

Epílogo

A medida que pasan los días me voy encontrando un poco peor. Me levanto y me acuesto y respiro y trabajo y cada pequeño movimiento es un paso más hacia ninguna parte que doy por pura inercia. Echo de menos no sólo a aquel amor torpe que fuiste, sino al amigo que en su día creí tener antes de que te quitaras la careta.


Nunca fuimos iguales. A ti no te cuesta desprenderte de nada, puedes dejar atrás hasta parte de tu cuerpo sin sentir siquiera una punzada de dolor, mientras que yo sufro y sangro por ese trozo de alma que me has amputado. Dijiste que seguirás mintiendo porque es tu naturaleza hacerlo, porque al final eres un cobarde, te inventarás cualquier cosa para justificarte ante la otra y así poder saciar tu sed de carne como hiciste conmigo, en eso eres un experto.


Quizá algún día podrás hacerte un corazón cosiendo los pedazos de todos los que has roto y comprenderás lo que es sentir. Y puede que entonces venga alguien y lo rompa, como un niño que pisa el castillo de arena que otro con tanto esfuerzo ha levantado, y serás consciente de todo el dolor que tú has causado.


Por mi parte he aprendido que el mundo no se para por nada. En la calle llueve, pasan los coches, alguien pasea a su perro en el parque como cada día. Siempre ha sido así, desde el día que te vi con tu chándal negro en el medio del patio, o la noche en que tu mano apretó mi cintura y tus labios se colaron entre los míos, o el pasado viernes frente a aquella estación. El mundo sigue rodando.


Por eso he decidido coger todo lo que me diste, juntarlo y abandonarlo en un lugar donde cualquiera pueda verlo y tal vez aprender algo de esta historia que pudo haber sido de amor y resultó de engaños. He buscado incansable en cada hebra de esa memoria mía que tanto te asombraba y ahora estoy segura de que ya lo tengo todo.


Palabras. Sólo me diste palabras.


Aquí están.