jueves, 4 de junio de 2009

Epílogo

A medida que pasan los días me voy encontrando un poco peor. Me levanto y me acuesto y respiro y trabajo y cada pequeño movimiento es un paso más hacia ninguna parte que doy por pura inercia. Echo de menos no sólo a aquel amor torpe que fuiste, sino al amigo que en su día creí tener antes de que te quitaras la careta.


Nunca fuimos iguales. A ti no te cuesta desprenderte de nada, puedes dejar atrás hasta parte de tu cuerpo sin sentir siquiera una punzada de dolor, mientras que yo sufro y sangro por ese trozo de alma que me has amputado. Dijiste que seguirás mintiendo porque es tu naturaleza hacerlo, porque al final eres un cobarde, te inventarás cualquier cosa para justificarte ante la otra y así poder saciar tu sed de carne como hiciste conmigo, en eso eres un experto.


Quizá algún día podrás hacerte un corazón cosiendo los pedazos de todos los que has roto y comprenderás lo que es sentir. Y puede que entonces venga alguien y lo rompa, como un niño que pisa el castillo de arena que otro con tanto esfuerzo ha levantado, y serás consciente de todo el dolor que tú has causado.


Por mi parte he aprendido que el mundo no se para por nada. En la calle llueve, pasan los coches, alguien pasea a su perro en el parque como cada día. Siempre ha sido así, desde el día que te vi con tu chándal negro en el medio del patio, o la noche en que tu mano apretó mi cintura y tus labios se colaron entre los míos, o el pasado viernes frente a aquella estación. El mundo sigue rodando.


Por eso he decidido coger todo lo que me diste, juntarlo y abandonarlo en un lugar donde cualquiera pueda verlo y tal vez aprender algo de esta historia que pudo haber sido de amor y resultó de engaños. He buscado incansable en cada hebra de esa memoria mía que tanto te asombraba y ahora estoy segura de que ya lo tengo todo.


Palabras. Sólo me diste palabras.


Aquí están.

viernes, 29 de mayo de 2009

Ya nunca volveré a escribir tu nombre

Llegaste hoy, más temprano que nunca, y por primera vez en este tiempo no me has dicho te quiero nada más abrazarme. Para ti puede ser casual, pero yo sabía lo que significaba, Antonio, mi tiempo ha pasado. El CD que grabé para llevar en el coche también tenía significado, cada canción describía sentimientos aplicables a la situación actual, pero no estabas hoy para canciones, lo sé.


Conduje hasta el origen de las cosas. Te llevé al mismo sitio donde todo empezó, porque en la vida todo es un círculo y yo sentía que tenía que ser allí donde terminara todo. Empezamos en un baile de disfraces y hoy te ha tocado quitarte la máscara, qué cobarde eres, Antonio, hasta eso he tenido que hacerlo yo.


Te dejé elegir la cena otra vez y las dos coca-colas antes de empezar a hablar. Lo hice despacio, abordé los temas poco a poco, el amor, nuestro amor, nuestro futuro... Mientras, veía como te costaba encontrar las palabras, porque es muy difícil decir lo que no se siente, Antonio, dímelo a mí que llevo dos semanas planeando esto. Según iba dándote los datos, desgranando la historia, explicándote todo lo que sé, tu cara pasó del rojo inicial a casi morado. Sin embargo no movías ni un músculo, no debería admirarme ahora de esa capacidad que tienes para ocultar tus emociones, pero no puedo dejar de sorprenderme de lo opaco que resultas cuando quieres. Sólo reaccionaste al final, cuando me levanté para irme, por supuesto. No ibas a quedarte allí y que te tocara pagar la cuenta. Pagué yo, como aquel día, en mi principio estará mi final.


Te pusiste un poco chulo al principio porque pensabas que iba de farol, no me conoces lo suficiente como para saber que aunque puedo dar muchas oportunidades el día que me canso ya no hay vuelta. Después procediste a darme explicaciones estúpidas y falsas, a ambas cosas estoy acostumbrada, Antonio, ya no me impresiona. Incluso llamaste a Raquel, que lamentablemente no cogió el teléfono para que te sacara del lío en el que te has metido tú solito.


La parte del coche fue la peor. Porque en ese momento se me acabaron los recursos y acabé llorando, como siempre, porque no soy de piedra, Antonio, y a ti te he querido de verdad y esta herida que me has hecho no para de sangrarme. Tú también lloraste. Pero no por mí, Antonio, esa historia ya no me la trago. Lloraste porque ibas a quedarte sólo en plena noche, tirado en una ciudad donde no tienes a nadie, sin hotel reservado, ni sitio donde dormir, y hasta un mentiroso como tú comprende que eso no es un plan aceptable.


Lo siento. De verdad que lo siento. Pero fue mi intención hacerlo, te hice volar mil kilómetros para darte lo que tú merecías. Cuando te dejé en la estación mi corazón volvió a rasgarse un poco, a un lado había varios taxis y detrás el camión de la basura, en el medio tú, todavía bajo los efectos de la sorpresa y yo presa de una euforia que ya ha dejado paso al desaliento. Bajé del coche para despedirme, y fui una vez más lo bastante tonta como para decirte que te quiero una vez más. Pero es la verdad. Te quiero, todavía te quiero y es posible que te siga queriendo durante bastante tiempo, así que justo es que lo sepas, pero has destrozado mi vida de tantas maneras, me has engañado tanto y tantas veces que no me has dejado más opción.


Llegué llorando a casa de nuestros amigos, esos que tanto nos apoyaron y que hoy han estado ahí una vez más para decirme que esto también se acabará pasando. Tú llamaste, una vez, otra vez, y otra y otra... Acabaste admitiendo que te habías inventado una dirección de correo electrónico a nombre de Raquel, porque no querías decirle que tenías novia, sólo Dios sabe con que noble intención. A veces me decías que me querías y que no podías perderme, nuevas mentiras destinadas a conseguir cobijo, otras me amenazabas, otras me insultabas, decías que Raquel va a reírse mucho con esta historia... es posible que sí. Desconozco el sentido del humor que tiene Raquel, pero mi parte favorita es aquella en la que tú vagas solo con tu maleta por las calles de una ciudad del norte, por haber sido un capullo mentiroso incapaz de reconocer la verdad.


Esta noche has sido tú mismo una vez más, Antonio. Has mentido como siempre, has suplicado como nunca, has llegado a decirme que si te fuiste con otra fue porque yo te empujé a ello, has insinuado que no voy a poder olvidarte, has pedido perdón por el daño que has hecho... en fin, un montón de palabras. Pero lo que no has podido hacer es presentarte y dar la cara ante aquellos que tanto te quisimos. Ni siquiera tienes valor para eso, porque la persona que conocimos murió el mismo día que se fue de aquí, para dar paso a alguien distinto.


En estos momentos, Antonio, no sé dónde estás. Tu última llamada fue hace más de hora y media y desconozco si te has ido a un hotel, has regresado al sur o duermes en un banco del parque. Yo estoy aquí, mirando el lado de la cama que ocupabas e intentando aceptar que ya no volverás a estar aquí para hacerme el amor y decir que soy preciosa.


Te he querido mucho. Me has decepcionado como nadie lo ha hecho, sin embargo, cuando piense en ti, a veces se me olvidará el mentiroso compulsivo que tapaba un engaño con otro, y te recordaré sumergido en aquel río, con los rizos mojados y los ojos brillantes, pidiéndome que me casara contigo. No pudo ser, amor, al final te di lo único que podía darte: una lección. Tal vez en el futuro no volverás a mentir, tal vez aprenderás a ser fiel, o tal vez sigas coleccionando corazones destrozados. Tal vez me olvides mañana mismo o tal vez lo que dices será cierto por una vez y no serás capaz de olvidarme nunca.


Ya nunca volveré a escribir tu nombre, Antonio, yo no habría querido un final así.

Se acerca

Me estoy arreglando para ir al aeropuerto. Hoy sí necesito estar mona. Si todo sale según lo previsto a las ocho empezará a rodar la bola de nieve.
Y sobre todo, muchísimas gracias, de verdad. Vuestra compañía esta semana ha sido lo que me ha tenido en pie.

Todo lo que no me diste

Dar no es tu fuerte, lo tuyo es más bien recibir. En ambos sentidos, moral y material, eres un tacaño consumado. De hecho recuerdo nuestra primera cita a solas cuando saqué mi lado feminista y pagué yo y casi te pones allí a dar saltos. Nuestras salidas eran como tus verdades, siempre a medias.


Ni siquiera me compraste un regalo de Reyes y cuando te di el tuyo te dio tanta vergüenza que no me diste ni las gracias. Mi regalo de cumpleaños al final no existió. Es más, el otro día cuando pagaste tú y no quisiste coger mi parte lo interpreté como un síntoma extraño. La culpa de la infidelidad, supongo. Si me pongo a mirar el lado bueno de salir con un rácano, es que ahora no podré mirar tus regalos y añorarte porque no existen tales cosas. El único rastro que dejas es el agujero de mi corazón.


Nunca me diste nada material y emocionalmente me entregaste grandes dosis de inseguridad, angustia y desesperanza. También me diste palabas, montones de palabras, promesas y sexo. Es lo único que recibí de ti en abundancia. Eso me dio la idea para la venganza, darte donde más te duele, que es el bolsillo.


No me pesa nada de lo que te di, no hay nada que remuerda mi conciencia. Te amaba y compartí contigo todo lo que tengo. Lo material lo cogiste, mis sentimientos los dejaste tirados en el fango cuando te cansaste de ellos. Algún día lo pagarás con algo más que dinero, Antonio, no lo olvides nunca.

Lo que se ha perdido

Dicen que un zorro atrapado en una trampa se arrancará la pata a mordiscos en un intento desesperado de escapar.


Llevábamos una vida sencilla pero creo que los cuatro éramos muy felices. Nosotros tres al menos sí. Nos ayudábamos unos a otros, nos alegrábamos los unos por los otros, compartíamos una de esas amistades que no se encuentran todos los días. Un día te marchaste y fuimos tres. Seguiste llamando a los demás un tiempo, después te fuiste alejando, un poco y otro poco. Llegó un momento en que te separaste casi por completo, porque la vida seguía y tú no estabas, y cuando estabas no lo podías soportar. Piensas que sin ti el mundo no gira, Antonio, y te aseguro que aquí sigue amaneciendo y anocheciendo cada día, simplemente tú no lo ves.


Rompiste con todo porque te sentías atrapado. Llegaste a sentirte mejor de lo que tú mismo habrías supuesto, los lazos que tenías hicieron tambalear un poco tus impulsos de progreso y tuviste miedo de sucumbir. Nos arrancaste a mordiscos para volver a ser preso de tu libertad. Cuando volvíamos a estar los cuatro juntos te quedabas pensativo, triste... Tú no puedes dejar que los sentimientos se interpongan en esa carrera a ninguna parte que corres tú solo. Nosotros tres aún te echamos de menos, cuando nos entregamos es de verdad.


Escapaste. Soltaste el lastre porque te impedía alcanzar la cima. Ahora estás a punto de caerte, Antonio. ¿Quién te va a ayudar a levantarte?

jueves, 28 de mayo de 2009

Señales de humo

Señales. No sabría decir el momento exacto, pero un día empecé a ver señales. Cosas triviales, absurdas, pero siempre hasta el mismo punto. Todo, absolutamente todo, salía mal. Aviones que se retrasaban, aeropuertos cerrados, vuelos cancelados, teléfonos sin cobertura en el momento más oportuno, inundaciones, compromisos de última hora... Señales que indicaban que nuestro amor podría ser muy puro, pero desde luego no estaba bendecido por la suerte.


Siempre que parecía que algo estaba bien se torcía de golpe. Cuando estábamos alcanzando un punto en el que las cosas se estabilizaban llegaba un nuevo conflicto. Vivíamos en un perpetuo martes y trece. Si analizo el tiempo neto que duró la felicidad no serían más de tres semanas. El resto del tiempo lo pasamos vadeando corrientes.


No sé si existe el destino. Tal vez hay cosas que no puedan ser. Ahora veo señales. La última vez no me amaste con las ganas de siempre, ya no me dices te quiero con la frescura que solías, ya no te alegras cuando escuchas mi voz.


Sólo espero que mañana nada impida que llegues hasta mí. Tengo que verte, Antonio, necesito mirarte a los ojos una vez más.

Mañana

Me desprecio a mí misma cuando pienso que estoy deseando que llegue mañana sólo para verte. Tengo ganas de verte salir del avión para tirarme en tus brazos y abrazarte, besarte, oír como me dices el último te quiero. Otra parte de mí desea cruzarte la cara de una bofetada en cuanto pases la puerta de salida. Otra ponerse a llorar y suplicarte que vuelvas a quererme.

Me siento miserable sólo de pensar que a veces me entran tentaciones de abandonar este plan de venganza a cambio de pasar otra noche entre tus brazos, aunque sepa que están sucios de la otra, vendiendo así el único pedazo de alma que me queda. Una parte de mí te odia y la otra seguiría muriendo por ti.

A veces no quiero que sea mañana porque hoy aún te tengo aunque sea de mentira. Una estúpida fracción de mi cerebro espera aún que todo sea un malentendido, que la otra no exista. Me rebelo ante la sola idea de que algo así me haya pasado a mí.


Pero ha pasado. Necesito tener la cabeza fría y seguir adelante. De momento ya he sido capaz de perdonarme a mí misma por haber caído en la trampa de un hombre como tú, la carne es débil y llegaste en el momento adecuado para ello. Lo que nunca podría perdonarme es dejarte marchar sin enseñarte una lección que nunca has aprendido. Errar es humano, pero no estar a la altura de las circunstancias sería más de lo que puedo permitirme.


Odio pensar en vivir sin ti, Antonio, pero sé que algún día me alegraré de lo que estoy haciendo.