Llegaste hoy, más temprano que nunca, y por primera vez en este tiempo no me has dicho te quiero nada más abrazarme. Para ti puede ser casual, pero yo sabía lo que significaba, Antonio, mi tiempo ha pasado. El CD que grabé para llevar en el coche también tenía significado, cada canción describía sentimientos aplicables a la situación actual, pero no estabas hoy para canciones, lo sé.
Conduje hasta el origen de las cosas. Te llevé al mismo sitio donde todo empezó, porque en la vida todo es un círculo y yo sentía que tenía que ser allí donde terminara todo. Empezamos en un baile de disfraces y hoy te ha tocado quitarte la máscara, qué cobarde eres, Antonio, hasta eso he tenido que hacerlo yo.
Te dejé elegir la cena otra vez y las dos coca-colas antes de empezar a hablar. Lo hice despacio, abordé los temas poco a poco, el amor, nuestro amor, nuestro futuro... Mientras, veía como te costaba encontrar las palabras, porque es muy difícil decir lo que no se siente, Antonio, dímelo a mí que llevo dos semanas planeando esto. Según iba dándote los datos, desgranando la historia, explicándote todo lo que sé, tu cara pasó del rojo inicial a casi morado. Sin embargo no movías ni un músculo, no debería admirarme ahora de esa capacidad que tienes para ocultar tus emociones, pero no puedo dejar de sorprenderme de lo opaco que resultas cuando quieres. Sólo reaccionaste al final, cuando me levanté para irme, por supuesto. No ibas a quedarte allí y que te tocara pagar la cuenta. Pagué yo, como aquel día, en mi principio estará mi final.
Te pusiste un poco chulo al principio porque pensabas que iba de farol, no me conoces lo suficiente como para saber que aunque puedo dar muchas oportunidades el día que me canso ya no hay vuelta. Después procediste a darme explicaciones estúpidas y falsas, a ambas cosas estoy acostumbrada, Antonio, ya no me impresiona. Incluso llamaste a Raquel, que lamentablemente no cogió el teléfono para que te sacara del lío en el que te has metido tú solito.
La parte del coche fue la peor. Porque en ese momento se me acabaron los recursos y acabé llorando, como siempre, porque no soy de piedra, Antonio, y a ti te he querido de verdad y esta herida que me has hecho no para de sangrarme. Tú también lloraste. Pero no por mí, Antonio, esa historia ya no me la trago. Lloraste porque ibas a quedarte sólo en plena noche, tirado en una ciudad donde no tienes a nadie, sin hotel reservado, ni sitio donde dormir, y hasta un mentiroso como tú comprende que eso no es un plan aceptable.
Lo siento. De verdad que lo siento. Pero fue mi intención hacerlo, te hice volar mil kilómetros para darte lo que tú merecías. Cuando te dejé en la estación mi corazón volvió a rasgarse un poco, a un lado había varios taxis y detrás el camión de la basura, en el medio tú, todavía bajo los efectos de la sorpresa y yo presa de una euforia que ya ha dejado paso al desaliento. Bajé del coche para despedirme, y fui una vez más lo bastante tonta como para decirte que te quiero una vez más. Pero es la verdad. Te quiero, todavía te quiero y es posible que te siga queriendo durante bastante tiempo, así que justo es que lo sepas, pero has destrozado mi vida de tantas maneras, me has engañado tanto y tantas veces que no me has dejado más opción.
Llegué llorando a casa de nuestros amigos, esos que tanto nos apoyaron y que hoy han estado ahí una vez más para decirme que esto también se acabará pasando. Tú llamaste, una vez, otra vez, y otra y otra... Acabaste admitiendo que te habías inventado una dirección de correo electrónico a nombre de Raquel, porque no querías decirle que tenías novia, sólo Dios sabe con que noble intención. A veces me decías que me querías y que no podías perderme, nuevas mentiras destinadas a conseguir cobijo, otras me amenazabas, otras me insultabas, decías que Raquel va a reírse mucho con esta historia... es posible que sí. Desconozco el sentido del humor que tiene Raquel, pero mi parte favorita es aquella en la que tú vagas solo con tu maleta por las calles de una ciudad del norte, por haber sido un capullo mentiroso incapaz de reconocer la verdad.
Esta noche has sido tú mismo una vez más, Antonio. Has mentido como siempre, has suplicado como nunca, has llegado a decirme que si te fuiste con otra fue porque yo te empujé a ello, has insinuado que no voy a poder olvidarte, has pedido perdón por el daño que has hecho... en fin, un montón de palabras. Pero lo que no has podido hacer es presentarte y dar la cara ante aquellos que tanto te quisimos. Ni siquiera tienes valor para eso, porque la persona que conocimos murió el mismo día que se fue de aquí, para dar paso a alguien distinto.
En estos momentos, Antonio, no sé dónde estás. Tu última llamada fue hace más de hora y media y desconozco si te has ido a un hotel, has regresado al sur o duermes en un banco del parque. Yo estoy aquí, mirando el lado de la cama que ocupabas e intentando aceptar que ya no volverás a estar aquí para hacerme el amor y decir que soy preciosa.
Te he querido mucho. Me has decepcionado como nadie lo ha hecho, sin embargo, cuando piense en ti, a veces se me olvidará el mentiroso compulsivo que tapaba un engaño con otro, y te recordaré sumergido en aquel río, con los rizos mojados y los ojos brillantes, pidiéndome que me casara contigo. No pudo ser, amor, al final te di lo único que podía darte: una lección. Tal vez en el futuro no volverás a mentir, tal vez aprenderás a ser fiel, o tal vez sigas coleccionando corazones destrozados. Tal vez me olvides mañana mismo o tal vez lo que dices será cierto por una vez y no serás capaz de olvidarme nunca.
Ya nunca volveré a escribir tu nombre, Antonio, yo no habría querido un final así.